La fuerza del huracán

El huracán es un viento poderoso.

Su ojo alcanza lejanos objetivos.

Su fuerza es descomunal.

Su acometida es brutal y su rastro lleva a la calma.



lunes, 8 de agosto de 2011

Salto a Tavira desde la Punta del Moral


La Punta del Moral, al suroeste de la provincia de Huelva, es una pequeña península constituida por dos núcleos de población fundamentales: a un lado del caño de agua que separa a ambos se encuentra el emplazamiento más antiguo e histórico, formado por un barrio marinero de casas de pescadores que se asentaron a mediados del siglo XVIII en estas tierras procedentes de Cataluña y de Valencia, en el que destaca su hermoso y castizo muelle pesquero; al otro lado de la plateada ría, tras los pantalanes de un elegante puerto deportivo, una moderna zona turística, recientemente levantada, ofrece servicios de ocio, restauración y descanso a través de varios complejos hoteleros y urbanizaciones armoniosamente edificadas a lo largo de varios kilómetros de playa de arenas finas y doradas. Este maravilloso rincón del litoral onubense, complementado con un paisaje de dunas, esteros, salinas y marisma, situado a diez minutos de Ayamonte, y frente al mar de Isla Cristina, con la que está ahora más unida que nunca por una línea regular de ferrys, es el lugar que hemos elegido para pasar las vacaciones. Aquí hemos encontrado lo que veníamos buscando: tranquilidad, tiempo, descanso, buena comida, aguas transparentes y calmadas, paisajes de ensueño y un clima templado y agradable.

Don Manuel y Begoña vinieron a visitarnos la pasada semana. Fue entonces cuando, uno de esos días, aprovechamos la ocasión, dada la cercanía de este enclave con la frontera portuguesa, para cumplir uno de nuestros sueños: ir a Tavira; un deseo cuya satisfacción se había aplazado por un tiempo excesivo, más de veinte años. Queríamos ir a Tavira para comprender mejor, para conocer el escenario de todas aquellas historias protagonizadas por Felipe, Tato, Alberto, Esperanza, Pili, Alejandra... durante días y noches de ensueño en aquella isla, ya no tan hippie, de arena blanca y aguas transparentes que invitan a la evasión, al deleite, a la sonrisa permanente, a la amistad y, también, a vivir aventuras e idilios amorosos. Así que aquel día cogimos el barquito que une el continente portugués con la célebre islita y, por fin, después de tantos años, pudimos contemplar el maravillos escenario de las correrías y lances veraniegos, no tan lejanos, de nuestros amigos.


El día fue muy hermoso, tanto por los recuerdos de aquellas historias y leyendas que Don Manuel y yo no vivimos (por razones que se contarán en otra entrada), pero que sí escuchamos en su momento por boca de los actores principales, como por el estado de relajación y descanso que experimentamos con los baños, los paseos y las boliñas con que nos obsequiamos. Por su parte, Eva y Begoña quedaron impresionadas por la transparencia del mar y por los encantos naturales que aún conseva la isla, a pesar del fuerte impacto ambiental que la proliferación de servicios para bañistas y visitantes está ocasionando. El día transcurrió feliz. Sobre las nueve de la tarde-noche embarcamos en el ferry que nos devolvía a la península. De nuevo en tierra firme, regresamos en coche a la Punta del Moral. Un buen día que sirvió para despertar viejos recuerdos de historias ajenas aunque muy cercanas, historias y anécdotas que marcaron una época que no conviene olvidar, pues habrá que revivirlas en algún momento, en Cabo Polonio por ejemplo.

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