La fuerza del huracán

El huracán es un viento poderoso.

Su ojo alcanza lejanos objetivos.

Su fuerza es descomunal.

Su acometida es brutal y su rastro lleva a la calma.



sábado, 19 de febrero de 2011

La tinta del calamar


A mi agitado corazón de los últimos tiempos le venía bien una escapada en busca de espacios más abiertos, una excursión para encontrar aire, luz y mar. El día invitaba a ello, así que, tras telefonear a Don Manuel, en menos de una hora circulábamos por la autopista del sur camino de San Fernando.

Dos sucios calamares, con mucha tinta, unas deliciosas ortiguillas, puro bocado de mar, y unas patatas aliñadas al estilo de la tierra, además de varias cervezas bien frescas, conformaron la cuenta de 29 euros que abonamos gustosamente antes de abandonar la azotea de aquella destartalada taberna de pescadores situada en un ricón de la bahía de Cádiz a la feliz hora en la que los peces sentían la morriña previa a la siesta, los barcos y barcazas permanecían amarrados y la mar estaba tranquila, quieta y callada. Al fondo las poblaciones que flanquean la bahía, de color celeste turbio, todas también en silencio.

Desde allí, con la tinta del calamar desparramada sobre mi chaleco debido a una accidental salpicadura al reventar con el tenedor la bolsa contenedora, continuamos hacia el oeste y, dejando atrás Chiclana, nos dirigimos a Sancti Petri, hacia su coqueto puerto deportivo. En este enclave, frente a la desembocadora del Caño de Sancti Petri, que nunca llegó a río y se quedó en corriente, avistamos el islote que da nombre a todo el conjunto. El castillo levantado aquí es una fortaleza del siglo XVIII que está siendo rehabilitado en la actualidad.

Unos metros más allá, tras el puerto y la pequeña ría, comienza una playa interminable de aguas azules y verdes, de espumosas olas, de arenas blancas y de orillas plateadas. Habíamos venido a ver este espectáculo y eso es lo que hicimos: contemplarlo. Aquí me ahorraré dar más detalle y extenderme en la descripción del paisaje maravilloso. Los pulmones de llenaron de aire puro y salado, la temperatura, perfecta.

A partir de aquí nos dedicamos a trazar el mapa geográfico y urbanístico de la costa hasta Conil de la Frontera. Tres tramos recorrimos, tres paradas realizamos: la primera en el núcleo más poblado de Sancti Petri, con apartamentos, restaurantes, bares, comercios y otros servicios bien dispuestos a escasos metros del mar. Una playa familiar, aunque algo estrecha, y un agradable paseo marítimo nos invitaron a sentarnos en una cafetería plagada de jóvenes con gafas de sol. Dos cáfés y una caipiriña, esta para Don Manuel, la vista del mar y un sol radiante mientras hacíamos la digestión.


De nuevo en el coche, por la travesía interna, observamos como los apartamentos y urbanizaciones iban ganando en calidad y sofisticación a medida que avanzábamos. La playa abandonaba paulatinamente su aspecto convencional para adquirir una morfología más agreste. Esta transformación se acentuó conforme discurríamos por Novo Sancti Petri, lugar de nuestra segunda parada. Aquí el paisaje costero se muestra más salvaje y natural, menos intoxicado por la agresión urbanística; sin embargo, a pocos metros, en el interior, se levantan lujosos hoteles pertenecientes a grandes cadenas hoteleras y extraordinarias urbanizaciones de apartamentos y chalés alrededor de campos de golf para goce y disfrute de gentes de gran poder adquisitivo. Curiosa entormo este de playa virgen bajo cortados y acantilados desde los que se asoman cientos de glamurosas viviendas rodeada de pinos.


El último tramo que dibujamos lo hicimos por el perímetro de Cabo Roche, todo un clásico. Calles más o menos homogéneas que recorren filas de chalés más o menos homogéneos en los que predomina el color blanco, aunque algo descolorido por el paso de los años. Lo mejor de este punto son las pequeñas calas con paredes escarpadas y las playas de fina arena y enormes rocas. En el extremo oriental de Cabo Roche alumbra desde hace mucho tiempo el faro de Conil, tercera parada, alzado en un mirador desde donde pudimos ver el puerto de Conil y el litoral que precede a esta población. Un bello espectáculo en el que destaca la inmesidad del agua del mar, la masa de agua, el océano inmenso.


Desde el faro hasta Conil, fueron sólo diez minutos. No entramos en el centro ni bajamos al paseo, pero resulta reconfortante saludar, aunque sea de paso, a esta maravillosa ciudad en la que hemos sido tan felices y que solemos visitar cada primavera, cada verano. Por la ronda de circunvalación atravesamos el extrarrado conileño y salimos del pueblo. Cinco minutos más tarde estábamos entrando en la autopista de vuelta Sevilla. Hora y media después, cada uno estaba en su casa.

Aquel fue un buen día. Una estupenda escapada de la cotidianidad. No hubo sobresaltos, no hubo imprevistos, ninguna sorpresa, pero sí hubo sol, mar y luz, buena comida y serena tranquilidad. Bendita mancha de tinta, la tinta del calamar.

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