La fuerza del huracán

El huracán es un viento poderoso.

Su ojo alcanza lejanos objetivos.

Su fuerza es descomunal.

Su acometida es brutal y su rastro lleva a la calma.



sábado, 4 de diciembre de 2010

Los reyes del desierto


Los tres amigos se miraron. Aquel lugar era muy extraño, nunca habían estado allí. Jamás habían visto una niebla como aquella, de color arena y azul. La temperatura era agradable y, sorprendentemente, el suelo había desaparecido bajos sus pies y sus cuerpos flotaban en aquel espacio nebuloso ajenos a las fuerzas gravitatorias. Más abajo, lejos de ellos, sus tres sombras se proyectaban sobre un piso de arena del desierto. Era como si se hubieran despegado de sus respectivas sombras y se hubieran elevado a un lugar etéreo, sin paredes y sin materia.

"¿Donde estamos", preguntó Javier, el más grande, "¿Cómo hemos venido a parar aquí?".
Tato iba a contestarle cuando, de repente, en medio de aquella atmósfera algodonosa se abrió un gran agujero que proyectaba una luz muy blanca sobre el rostro de nuestros amigos que casi les cegó. Con mucha dificultad vieron como de la luz surgía un hombre moreno y despeinado, muy alto y delgado, con barba descuidada de varios días, que vestía unos pantalones vaqueros raídos y despintados y una camiseta negra de tirantas. Aquel individuo, tras darle una profunda calada a su cigarro, habló dirigiéndose a tres estatuas estupefactas, inmóviles y asustadas personificadas por quienes un minuto antes viajaban libremente por una despejada y destartalada carretera que cruzaba el desierto del Sahara al sur de Marruecos.

"Vamos a ver chavales, soy San Teodoto, patrón de los taberneros, tengo mucha prisa porque allí arriba la peña se impacienta si no abro pronto el chiringo. No sé por qué me envía el Jefe para que me las entienda con vosotros, dice que tenemos algo en común, en fin, no sé, por aquí pasa de todo, mucho ganado que nunca se sabe de qué pie cojea. Vamos al lío. A ver, tú moreno, sí tú el de la libreta, deja de escribir y escucha lo que tengo que deciros a los tres. No sé que es lo que pasa, pero estos días la cosa ha estado movidita por aquí y ya han venido muchos por lo mismo. Además en los informes que me han entregado dice que sois buena gente, pero, de momento, tenéis que volver por mucho más tiempo, una larga temporada, y redimir algunos pecadillos que empañan vuestros expedientes. Así que no os quiero ver por aquí en muchos años. Al parecer hay bastante gente que os echarían de menos. Pero ojo, no os váis de rosita, cada uno tendrá que pagar su penitencia.

A ver tú, sí tú, el grandullón. Tu penitencia será la siguiente: te cambiarás de ropa y te ducharás todos los días; aceptarás el trabajo que te han ofrecido en Verjoyansk, en la Siberio oriental rusa, para levantar el tendido electrico y de comunicaciones del nuevo trazado ferroviario. Llévate abrigo porque allí hace un poco de frío; algunos días se alcanzan los 40º bajo cero, aunque te dejamos que de vez en cuando te calientes con vodka, pero sin pasarte y con cuidado chiquitín pues después con las emociones te da por las siberianas y aquello no es como en el mediterráneo. ¿Vale mozo?

Ahora vas tú, el de las gafas colgando. Al parecer lo tuyo es la libertad, un día aquí y otro allí, mucho viajar, pocos planes, las clases de chino y todas esas cosas. Bueno, pues va siendo hora de aplicarse chaval. Tu penitencia va a consistir en trabajar en una gestoría en jornada de ocho horas partida de mañana y tarde. Comenzarás a las 8:00 horas por la mañana y te podrás marchar a casa a las 7:00, cuando tu jefe te dé permiso. Comprarás un apartamento, pedirás un préstamo al banco para hacerle obras y amueblarlo y tendrás un mes de vacaciones en agosto. Bienvenido al sistema colega.

Menos mal, ya me piro después terminar contigo largo. Bueno Don Manuel, tu penitencia es bien sencilla, qué faena macho. Para empezar te limitarás a consumir únicamente un par de cervezas los fines de semana; entresemana ni olerla. Y para terminar te aplicarás más con el sexto mandamiento, así que se acabaron los pensamientos de guarrerías españolas. Y otra cosa, ni se te ocurra soñar con más viajes por cuenta propia, incluido ese de Cabo Polonio. En fin, ya te vale.

Bueno, me marcho a poner unas cuantas rondas a la parroquia, que aquí en el Limbo las penitencias cada vez son más raras. Recuerdos al de Bami y al de Felipe II".


Antes de que a San Teodoto le diera tiempo a marcharse, apareció otro individuo detrás de él. Se trataba de un hombre de pelo castaño, de mediana altura, mofletudo y algo gordito que vestía un mono verde, botas impermables y llevaba una tijeras podadoras en una mano mientras que se llevaba la otra mano a la boca intentado contener la risa.

"Hola amigos, soy San Abelardo, patrón de los jardineros. No le hagáis caso a Teodoto, que es un guasón y un bromista. Ya se ha tomado un par de copas y se está quedando con vosotros. Siempre hace lo mismo con los que vienen por aquí. Bueno, os tenéis que marchar. Como ya os han dicho, regresáis por donde habéis venido pues aún os queda mucho que hacer. Así que pasadlo bien y aprovechad el tiempo. Disfrutad de la vida. Por cierto, decidle al de Bami que todavía estoy esperando que nos haga ese banco de parque que prometió, nos hizo mucha ilusión cuando lo dijo. Adiós".

De repente, los dos santos desaparecieron. Al mismo tiempo, todo se oscureció y se hizo un silencio estremecedor. Entonces nuestros amigos entraron en una especie de trance violento y convulso que les hizo contraer sus músculos y disparar la adrenalina. Fue un momento intenso, tras el chirriár de la frenada vino el duro impacto y, después, el aturdimiento, la pérdida de orientación, la fatiga, el mareo y el dolor.

Antes de tomar una curva, en un cambio de rasante, el coche que venía en dirección opuesta a toda velocidad, había invandido el carril contrario por el que circulaban nuestros amigos y, tras derrapar y dar varios bandazos sin control intentado esquivarles, se incrustaba lateralmente contra el frontal del auto de alquiler que conducían desde Marrakech por una carretera abandonada surcando el imponente paisaje desértico.



Tras la colisión, los tres colegas quedaron exhaustos, agotados y mal doloridos. Tato con las cervicales hechas añicos, Javier con magulladuras en las piernas y Don Manuel con contusiones en el pecho y en un hombro.

Después vinieron los servicios sanitarios, los trámites policíacos, el traslado a la población más cercana, las declaraciones, las curas, las gestiones con el rent a car y con la aseguradora del coche, un sin fin de diligencias que les llevó todo el día hasta bien entrada la tarde. Afortunadamente no hubo problemas para conseguir un nuevo automóvil. Cuando todo aquello acabó, decidieron que no continuarían el viaje hasta la mañana siguiente, lo que les permitiría descansar en un hotel de la zona y reponerse de las lesiones lo suficiente como para querer llegar a su destino final en las profundidades del desierto. Así lo hicieron.

Y aquí están, vivitos y coleando, disfrutando del placer de vivir. Mírenlos, Melchor, Gaspar y Baltasar, tres reyes pasándoselo como niños. No recuerdan nada de lo que ocurrió en aquel extraño lugar, en aquel limbo flotante, ni de las penitencias que les impuso el bromista patrón desaliñando, ni del indulgente patrón jardinero les eximió de las mismas; sin embargo ahí los tenemos, exprimiendo el jugo de la vida y saborando sus manjares, como días más tarde experimentarían en el restaurante Al Fassia, en la zona moderna de Marrakech. Buen viaje amigos, conviene recordarlo.